jueves, 13 de mayo de 2010

EL HOMBRE QUE IBA TAN LENTO QUE VIAJABA EN EL TIEMPO. Por Oleguer Solsona.


VELOCIDAD


Hoy, bajo la calurosa luz del sol de finales de Junio que entra por su balcón, Marcos disfruta de una cerveza sentado en el sofá de su piso en Gràcia. Esta noche, no podrá salir con su novia, futura esposa, pues tiene la cena de reencuentro con sus compañeros de COU. Aquellos con los que compartió toda la primaria y la secundaria, que pasaron años riéndose de él, no porque llevara gafas y tuviera granos en la cara, ni porque fuese algo grueso, ni por ser un empollón que sacaba excelentes en todo; no, ese no era el caso de Marcos ni nada parecido. Tenía, y sigue teniendo, una personal percepción de lo que es vivir la vida…

En el colegio ya decían que Marquitos se movía tan lento que no acababa ni un triste examen y que cuando levantaba la mano para responder una pregunta, todos sus compañeros habían acabado ya el ejercicio. Por supuesto, siempre era el último en ser elegido en el patio cuando los niños, con su cirujana objetividad, escogían equipos para jugar a fútbol: primero Jonathan, el bueno, que jugaba en los infantiles del Barça; Adam el rápido, de Matricula de Honor en Educación Física; Óscar el guapo, de las que todas las niñas estaban enamoradas y Manel, el que parecía estar mas desarrollado muscularmente y chutaba más fuerte; luego ya, los regulares, los de gafas, el par de gordos de porteros y Marquitos. No es que tuviera mal toque de balón, de hecho, cuando la recibía (aproximadamente una vez al mes) siempre la controlaba con suavidad y, si le dejaban tiempo, precisaba muy bien el pase en profundidad. El problema era que tardaba tanto en cruzar el medio campo como Oliver Aton en uno de sus partidos inacabables. Le llamaban el tortuga, el empanado o, simple y llanamente, tonto. Él, a pesar de todo, siempre quería participar, sosegado y pausado, y con gran espíritu de superación fue, poco a poco, ganando agilidad en sus acciones.

Sus padres pensaban que tenía un retraso mental: lo llevaron un centenar de veces al médico. Tras múltiples exámenes, análisis de sangre y orina, estudios psicológicos y demás, el pediatra, siempre daba la misma respuesta:

—Su hijo, aunque parece increíble, no tiene ningún problema, tiene la cabeza en su sitio, señores Gil —el médico tranquilizó a sus padres—. Simplemente, va a su ritmo, vive la vida a su velocidad, que es bastante menor que la de los niños de su edad. Da la sensación de que, cuando a él le venga en gana, hará todo con más celeridad.

De hecho, Marquitos no sufría, vivía su infancia pausadamente a pesar de las burlas de los compañeros; hacía los deberes y trabajos, estudiaba, aprobaba los exámenes... siempre a su ritmo. No encontró nada que le impulsara a hacerlo a más velocidad. A pesar de las palabras del pediatra, sus padres le hicieron experimentar múltiples terapias, pastillas, electroshocks, vitaminas, refuerzos positivos y dietas especiales. A pesar de ello, consiguieron que se convirtiera en un niño extremadamente sano. Con el proceso madurativo, mejoró en la motricidad fina y gruesa, en la lateralidad y en su autoestima. Se deslizó dócilmente por el instituto, sin peleas ni replicas a los adolescentes que se seguían metiendo con él. Con 16 años, ya era capaz de correr los 100 metros en menos de dos minutos. Así llegó, sin prisas pero sin pausas, a convertirse en todo un hombre, con carrera universitaria y unas oposiciones, trabajando tras un mostrador en la oficina del Registro Mercantil en Barcelona y con la pizca de suerte necesaria para ganar una primitiva de 6. La viva imagen de la frase “vísteme despacio, que tengo prisa”.

…Después de un par de horas para arreglarse y unos minutos hasta llegar al restaurante, Marcos comparte mesa, alegre y despreocupado, con sus ex compañeros, muy diferentes físicamente a como los recordaba. Incluso Oscar se ha estropeado un montón, sus antiguas enamoradas comentan lo mal que le han sentado los años. También Jonathan, que cojea ostensiblemente y Adam presenta unas tremendas ojeras y su pelo se viste de blanco. Manel llega el último a la cena y tiene dificultades para sentar sus aproximadamente 135 kilos de peso. La cena es deliciosa y Marcos sonríe ostensiblemente en animada charla con los chicos y chicas que habían compartido tantos años con él y de los que no había vuelto a saber. Felicita a un chico y una chica que se van a casar, a otro que acaba de conseguir un buen puesto en una empresa de Marketing y a una chica que acaba de publicar su tercera novela.

Al acabar el café con hielo, y después de que algunos hayan ido a fumar, el camarero sirve una ronda de cubatas en la barra. No es que a Marcos le vaya mucho beber alcohol, pero piensa que puede hacer la excepción en un día como éste y pedir un GinTonic. Alguien propone un brindis desde el otro extremo de la mesa y todos golpean los vasos con gran alegría. Unos minutos después, tras pagar la cuenta, Marcos empieza a sentir un cosquilleo en su barriga y mucho calor. Siente como la temperatura de su frente le hace empezar a sudar y se desabrocha un par de botones de la camisa. Todos se levantan para ir a un pub cercano. Al levantarse siente un gran peso en sus piernas y tropieza con la esquina de la mesa. De camino a la puerta del restaurante, su velocidad habitualmente pausada disminuye rápidamente a niveles soporíferos. Sus brazos parecen sufrir para cortar el aire y le es difícil despegar los mocasines de las baldosas. Le da un calambre en la zona lumbar y le es imposible mover la cara pues tiene el cuello rígido. Se siente desvanecer cuando el aire del exterior empieza a golpear violentamente todo su cuerpo, moviéndose ya a poco menos de un centímetro por segundo… Siente un shock en su cerebro y pierde sensibilidad en las manos… Todo blanco a su alrededor…

Sentado, difuminado, imperceptible, casi invisible, saltando temporalmente con un breve destello de unos pocos segundos: se observa jugando a futbol en el patio del colegio y observa a los niños gritando “empanado”…el pediatra hablando con sus padres…su primer día de instituto…Oscar metiéndose con él en el vestuario de chicos; escondido tras un árbol, Oscar con 20 y tantos llorando porque le ha dejado la única chica de la que se ha enamorado…Jonathan haciéndole un caño en segundo de BUP; luego, con 19, recibiendo una brutal patada en la rodilla de un defensa de 1era regional…Adam tirando un huevo sobre su cabeza y salir corriendo como una centella; Adam siendo despedido, un mes antes de la cena de reencuentro, por haber provocado perdidas millonarias en la empresa…las collejas de Manel; la imagen patética de él, inmenso y sin poder ni siquiera levantarse a por el kétchup, comiendo una hamburguesa en el sofá desgastado de casa de su madre…los 4 fumando fuera del bar, con una pastilla en la mano de Óscar y trazando el plan “se lo ponemos en el cubata, nos vamos a reír; luego poniendo la pastilla en el único GinTonic… El tiempo se para de repente en ese instante, Marcos los observa. Está furioso. Se observa a si mismo, los observa a ellos sonriendo a punto de posar la pastilla en el vaso de tubo… Quiere correr y desviar la trayectoria, siente la ebullición, un movimiento frenético, impulsivo esta a punto de hacerle mover. Vuelve a mirar sus caras de casi treintañeros anclados en el pasado… “No vale la pena, si me muevo, ellos ganan”….

Despertando, en un banco situado enfrente del restaurante. Enfrente, la mirada preocupada de su futura esposa.

—Te encuentras bien —le pregunta.

—Marcos, tío, que te ha pasado, ¿te encuentras bien? —pregunta Jonathan con cara de preocupación.

—No es nada, chicos, no os preocupéis —responde mirando también a los otros tres, situados enfrente del resto de ex compañeros—, me debe haber sentado mal el postre.

Se incorpora recuperando el estado habitual.

—Cariño, ¿nos acompañas a tomar algo?


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